Miles de millones de uno de los insectos más útiles morían cada año en el mundo por una enfermedad conocida como el sida de las abejas. En 2008, 9.000 millones de ejemplares se perdieron en España. Dos científicos cordobeses explican a «Crónica» su método contra el holocausto apícola.
La quietud de la reina es señal inequívoca de que está ya lista para la intervención. El gas que llega a su cerebro (CO2 mezclado con aire) la mantiene narcotizada en el interior del tubo de plástico transparente. Por uno de los extremos asoma el final del abdomen. La abeja está ya en posición. Francisco Padilla, el biólogo, se vale de dos separadores (uno en cada mano) y abre con delicadeza los genitales del insecto. Al otro lado de la mesa, su compañero de investigación, el veterinario José Manuel Flores, acerca una micropipeta con émbolo, similar a una jeringuilla, y descarga sobre el aparato reproductor de la reina un líquido blancuzco, similar en textura a la leche condensada licuada. Es el semen de cuatro zánganos seleccionados.
La operación, que ha durado entre dos y tres minutos, recuerda vagamente a la de una mujer que aspira a ser madre. La reina acaba de ser inseminada. Finalmente, será marcada con una chapa, grabada con un número y el color del animal, que hará de DNI. De su vientre, del que saldrán unos 2.000 huevos cada día, nacerá una nueva colmena [Entre 10.000 y 30.000 ejemplares]. Sana y con fuertes defensas.
«Estas abejas de nueva generación tienen una gran ventaja sobre las demás: son bastante más resistentes a las enfermedades» que las fecundadas en el medio natural por zánganos defectuosos. Palabra de Padilla. Asistimos, en su sancta santórum, a la puesta en práctica de la fórmula cordobesa creada por el propio biólogo y su compañero Flores para salvar a las abejas de su extinción. Gracias a ellos, al sur de Despeñaperros se están dando los primeros pasos del fin del holocausto apícola en todo el planeta: millones de víctimas en los cinco continentes.
Es el llamado «síndrome de desabejización», como se conoce a la extraña epidemia que en sólo un año (2008) ha causado en España la pérdida de 9.000 millones de ejemplares, según fuentes del sector. En Estados Unidos, segundo productor mundial tras China, hasta el 60% de la población de abejas ha mermado en las colmenas de 24 estados. La propia Secretaría de Agricultura llegó a decir que «si no hubiera abejas, la Coca Cola no existiría», para subrayar la importancia de estos insectos en la economía.
SEMEN ESCOGIDO
La crisis es de tal magnitud que llegó incluso a ser motivo de debate en la comisión agrícola y ganadera del Congreso americano, que aprobó un plan de emergencia. La epidemia no conoce fronteras. En Alemania, Bélgica e Italia se habla de un 50% de mortalidad. Nadie duda del culpable: la varroa, un parásito invasor considerado por los expertos el sida de las abejas.
La receta pionera para frenar la expansión de este ácaro -descrito por primera vez en 1904 en la isla de Java (Indonesia) y que en España fue detectado en un colmenar catalán de Puigcerdá en diciembre de 1985- la han encontrado en la Unidad de Apicultura de la Universidad de Córdoba. Combinando la inseminación artificial de las reinas -cuya técnica para abrirles los genitales sin provocar daños en su anatomía han puesto a punto Flores y Padilla- y una cuidada selección hereditaria del semen de los mejores zánganos, han nacido ya entre 800.000 y 1.000.000 de abejas. «En el 90% de los casos el tratamiento funciona, y se puede mejorar todavía más», aseguran los científicos cordobeses, que llevan 20 años estudiando estos insectos y cuentan con un centenar de trabajos de investigación publicados.
Su depurado método -andan por la misma senda aunque algo rezagados científicos en Polonia y Argentina- está calando incluso más allá de nuestras fronteras. La demanda de sus abejas resistentes les llega desde Francia, Alemania, Chile... Trabajo no les va faltar a estos dos singulares domadores de abejas, siempre a caballo entre sus microscopios y las colmenas al aire libre que visitan a diario.
Hoy no hay apicultor en España -23.265 censados- que se atreva a enmendar la frase atribuida a Einstein: «Si las abejas desaparecieran, al ser humano sólo le quedarían cuatro años de vida». Al contrario. Citan al gran físico con la misma naturalidad que un campesino recita el refranero de carretilla. En la miel les va el sustento. Y también las pesadillas. De los 2.464.600 colmenas repartidas por todo el territorio, lo que sitúa a España en el primer productor europeo de ganado apícola (así se llama), entre el 30% y el 40%, según las zonas, ha mermado vertiginosamente en la última cosecha.
«La varroa, hoy por hoy, es la principal amenaza para las colmenas», tercia sin dudar el biólogo Padilla. El temor va en aumento. Y no hay tratamiento total que impida los estragos de este parásito asiático en los cada vez más secos panales. Es, para entendernos, el VIH de las abejas. Se nutre de su sangre (hemolinfa), las debilita, provoca malformaciones que las hace improductivas en la mayoría de los casos y las convierte para siempre en diana propicia de infecciones letales causadas por virus, bacterias y parásitos.
No es lo único malo. Este ácaro destructor ha aprendido a defenderse de las medicinas convencionales. Y como ocurre con las bacterias en los humanos, que se han vuelto resistentes a cada vez más penicilinas, la varroa se ha blindado, desarrollando en sus células una muralla de defensa química que la hace de alguna forma inmune al ataque de los acaricidas. «En un año, como mucho -resume Flores- es capaz de llevar al exterminio a una colmena de 40.000 o 50.000 ejemplares».
El despertar de la reina inseminada es suave. Extiende las patas que mantenía replegadas sobre su cuerpo y agita las alas como si nada hubiera pasado. Tiene por delante entre tres y cinco años de vida sin salir de la colmena. Y una única labor: dar hijos y asegurar que el enjambre no decaiga. Para tal fin ha nacido. El semen que ahora lleva dentro, seleccionado por el grupo de genetistas de la Universidad de Murcia que colabora en el tratamiento ideado por los cordobeses, proviene de zánganos escogidos. Lo normal es que la inseminación de la reina virgen, cuyo celo empieza a partir del quinto día de su nacimiento y se prolonga entre una semana y 10 días, se produzca con el esperma de tres o cuatro machos. ADN más variado y de mayor calidad.
Zánganos hay muchos y pocos son los elegidos. La prueba básica exige unas características determinadas a los donantes: que sean sexualmente maduros (capacidad que suelen adquirir a partir de los 25 días de vida), que su abdomen esté más bien duro y que su cuerpo vibre al ser atrapado con los dedos, respuesta que los expertos interpretan como una señal más de vitalidad.
En la tercera planta del edificio Charles Darwin, departamento de Zoología del campus de Córdoba nada vuela al azar. Las reinas vírgenes, obtenidas mediante un programa de cría especial, deben ser mantenidas en los llamados núcleos baby (pequeñas colmenas). Y como a toda soberana, se les asigna un séquito joven: son obreras nodrizas, de pocos días, cuyo principal cometido es el cuidado permanente de la reina y la alimentación de las larvas, gracias a la jalea real que producen.
De la suma genética reina + zángano nacerá una colmena con más raza. «De modo que, incluso si las abejas que inseminamos acabaran infectadas por la varroa, el tratamiento contra el parásito sería mucho más corto y eficaz», tercia el veterinario José Manuel Flores.
El enjambre nunca para. Cada abeja recorre unos 40 kilómetros y visita unas 7.500 flores para producir el equivalente a una simple cucharadita de miel. Dos millones y medio de flores para llenar un tarro de medio kilo.
De la importancia de las abejas, con las que los humanos comparten el 47,5% de los genes, hablan no sólo los árabes de la antigüedad, indios, egipcios o romanos. En la Biblia, donde podemos encontrar hasta 68 referencias, es común leer «una tierra que mana leche y miel», para significar la prosperidad y la abundancia de alimentos que dispensan estos incansables insectos. Sin abejas volverían las hambrunas. La producción de frutas y la reproducción del mundo vegetal se reducirían drásticamente, lo cual provocaría una disminución de los animales herbívoros por la escasez de alimento que terminaría afectando al propio hombre. La frase «si las abejas desaparecieran, al ser humano sólo le quedarían cuatro años de vida» adquiriría entonces un sentido trágico. O eso... O Dios salve a la reina.
El eslogan bien podría ilustrar lo que, de puertas adentro, hacen en su laboratorio Francisco Padilla y José Manuel Flores, al frente de una decena de colaboradores. Casi a diario se entrenan para inseminar a nuevas reinas. «Los pedidos nos superan». Ahora están centrados en seleccionar aquellas que, por causas naturales no bien comprendidas, han logrado sobrevivir a la varroa en colmenas infectadas. Son las reinas inmunes, y tienen un lugar preferente en la Unidad Apícola andaluza. De su inseminación nacerá una nueva ganadería de abejas provista de unos genes capaces de frenar el holocausto de los panales. La batalla está en el ADN. En el semen de zángano.
LA RECETA DE DAVID CORRAL, EL MAYOR COLMENERO DE ESPAÑA
MANUEL DARRIBA
Dice el gallego David Corral que en sus 8.500 colmenas la varroa no ha hecho estragos. Que él sabe cómo mantener a raya a esa bestia negra de los apiarios. El mayor apicultor de España, de 54 años, desgrana sus recetas en la nave de extracción de Toca, una aldea de ocho casas del municipio de Samos (Lugo) donde él se crió y donde ya su abuelo explotaba colmenas. El clima de este lugar, a más de 500 metros de altitud, obliga a las abejas a hibernar e impide la cría de septiembre a marzo. La varroa, que parasita en los huevos de la reina, tiene la vía vedada a las colmenas durante esa época. A partir de marzo, con el resurgir de los zumbidos, es David, y no la naturaleza, quien debe combatir el ácaro. «Nosotros aplicamos tres tratamientos distintos, alternando su uso de año en año», explica Corral. «Uno de los problemas de los tratamientos contra la varroa es que, si se reiteran, el parásito puede desarrollar resistencias». Además del popular Apistán, que se sirve en tiras de laboratorio, David utiliza ácido sálico evaporable y un granulado de esencia de tomillo disuelto en aceite. Si este año toca Apistán, al siguiente será ácido sálico y al próximo, tomillo.
Estos tratamientos se prolongan durante un mes, y David sigue su evolución semana a semana. No quiere problemas. La única mortandad grave que recuerda desde que fundó la empresa tuvo lugar a mediados de los 90, «por culpa de un acaricida que no evaporaba debidamente». La varroa le mató más de 400 colmenas.
Corral se hizo apicultor profesional en 1980, a partir de las 20 colmenas que su padre tenía en la casa familiar. Él regentaba un negocio de hostelería en A Coruña, hasta que un día decidió recuperar su afición de infancia y convertirla en forma de vida. Las 20 colmenas pasaron a ser 1.000, y luego siguieron aumentando hasta sumar 8.500. Todas ellas, a más de 500 metros sobre el nivel del mar.
En 2008 despacharon 160 toneladas de miel y 25 de polen (exporta a Bélgica, Francia, Alemania, Italia, Guatemala y, a partir de este año, también a Arabia Saudí), con una facturación de alrededor de un millón de euros. Y eso que fue un año malo, en el que las heladas de primavera provocaron una bajada de producción de casi el 50%. «Lo fundamental», remata Corral, «es llevar un buen manejo de las colmenas. Antes sólo se pensaba en sacarles la miel, pero el asunto es más complicado». Las altas mortandades de abejas detectadas en diversas partes de España, dice, revelan a veces deficiencias del propio apicultor. Por insistir en usar un sólo remedio contra la varroa. O por usar remedios inadecuados. «En algunas partes, incluso están aplicando medicamentos contra garrapatas». Es la desesperación (o ignorancia) de quienes ya no oyen el zumbido de las abejas.