Los apicultores gallegos asisten a la desaparición de sus enjambres, al igual que ocurre en países europeos y Estados Unidos.
Los apicultores aseguran que las abejas se mueren en Galicia de la misma forma que en los Estados Unidos, en Francia, Bélgica o en Alemania: envenenadas por la utilización de productos fitosanitarios para combatir orugas e insectos. La imagen amable de la fotografía adjunta, de Manuel Macía a pecho descubierto junto a uno de sus enjambres, no representa la realidad feliz de los abelleiros gallegos, aunque él todavía mantenga relativamente a salvo, en el bosque autóctono de O Courel, sus colmenares de gestión ecológica.
La agricultura intensiva, que asocia a cada cultivo de maíz, soja, trigo u otros productos de horticultura y fruticultura, algunos potentes pesticidas para combatir por tierra, agua y aire las plagas de orugas e insectos, es la causa más señalada del llamado despoblamiento de las colmenas que, según la Asociación Galega de Apicultura (AGA), afectó recientemente en distintos lugares como Xove, Mondoñedo, Ourense o Guitiriz. «O problema está na contorna do apiario e non nas enfermidades ou na burramia do abelleiro», dice Xesús Asorey Martínez, secretario técnico de la AGA y en algunos casos ha causado la muerte del 100% del colmenar, aunque lo habitual es que caigan la mitad de las abejas. En Guitiriz, por ejemplo, murieron las colmenas cercanas a campos laboreados, pero no las instaladas en el monte.
Y dado que las abejas son las centinelas del medio ambiente —Einstein ya las consideraba la base de la vida en la tierra por su labor fundamental de polinización de las plantas—, su mortandad global desde hace una década presagia graves problemas para el futuro. «É difícil detectar velenos no mel —explica Asorey—, porque as abellas actúan como fusibles e nunca levarán néctar envelenado á colmea. En cambio si podería entrar no pole que collen nas patas traseiras, usado no inverno para arrancar as crías. Por iso é que morren as colmeas fortes, as que máis pole conseguiron xuntar o ano anterior, e sobreviven os enxames novos e débiles».
Los venenos tienen nombre para los apicultores y son los que se distribuyen globalmente con los principios activos del Imidacloprid o Fipronil. Están en el maíz forrajero que en Francia prohibieron tras las protestas y procesos judiciales emprendidos por los agricultores; y que se planta aquí, pero también en el insecticida para fumigar las peores plagas del goníptero que defolia los eucaliptos. La más reciente preocupación para los apicultores, según Xesús Asorey, es que acaben llegando a los cotos de caza semillas de trigo o centeno tratadas con estos productos, al abrigo de las ayudas de la Xunta para alimentar las perdices.
Este experto apicultor alerta: «Hai zonas de Europa onde xa teñen totalmente envelenados os solos, pero Galicia, a pesar das grandes extensións de millo para alimentar o gando, aínda ten unha grande capacidade de rexeneración e debemos evitar o desastre de botar toneladas de pesticidas cada ano. Aí temos as malas experiencias do ocorrido coas abellas na contorna dos invernadoiros de Narón, xestionados segundo os cánones da agricultura desenvolvida coa agroquímica. Ou a desaparición das abellas en Cuntis e Ponte Caldelas, cando trataron con químicos os eucaliptos. Ou o caso recente de Almería, onde xa crearon resistencias nas pragas dos invernadoiros e, ao non funcionar os produtos autorizados, botan man dos prohibidos, e así aparecen, por exemplo, pementos contaminados».
En el mercado hay unos 70.000 productos químicos diferentes y aparecen más de mil cada año. Algunos quedan obsoletos o son prohibidos en algunos países, pero siguen utilizándose en otros menos desarrollados. A veces los plaguicidas entran o salen de la lista de peligrosidad para la salud y el medio ambiente, tras pasar el examen de un comité mundial de expertos. Agricultores y apicultores consiguieron algunas victorias legales en Francia, como suspensiones cautelares de algunos algunos pesticidas que también en Estados Unidos se clasificaron como potencialmente cancerígenos, pero respecto al Fipronil, muy utilizado para tratar semillas y que es la base de un centenar de productos comerciales diferentes, la Unión Europea acaba de incluir este fitosanitario en la lista de sustancias autorizadas.
Asorey resalta el poder de las multinacionales agroquímicas para defender sus intereses ante los gobiernos, para orientar los proyectos de investigación hacia presuntas enfermedades, y la circunstancia de que los fabricantes de venenos y medicinas sean las mismas multinacionales. Algunos de esos plaguicidas, como el que se vende bajo el nombre comercial de Confidor (sistémico, de amplio espectro y basado en el Imidacloprid), la etiqueta ya avisa de su letalidad para las abejas y otros insectos polinizadores si no se utiliza siguiendo las recomendaciones —el efecto para las abejas es la sobreexcitación, desorientación, y muerte. No siempre los horticultores, en su afán por acabar con las plagas, respetan la dosis adecuada, ni los manejan con seguridad o limpian la sulfatadora sin contaminar las aguas.
En Galicia apenas resisten ya los colmenares de las zonas más apartadas y poco contaminadas y el ejemplo estadounidense es dramático. Libres de enfermedades bacterianas como la loque, que aquí afecta desde hace décadas, sin embargo se les mueren las abejas y necesitan trasladar enjambres de un lugar a otro para que polinicen los almendros y otros productos agrícolas claves. Se intuye el desastre para la biodiversidad. En Francia han colocado colmenas en las ciudades para testar la salubridad urbana. Al parecer progresan mejor allí que en los campos sulfatados de pesticidas. Ejemplo más cercano es de los apicultores trashumantes de Extremadura y Andalucía, muy profesionales y que han dejado de llevar sus colmenas junto a los campos de girasol, maíz y colza para regresar a los lugares con romero, tomillo o encinas.
La solución, según los apicultores gallegos, pasaría por un golpe de alta política que promueva una agricultura respetuosa con el medio, y la prohibición de estos insecticidas neurotóxicos. Y que anteponga una alta calidad sanitaria y dietética. Que los productos no sean dañinos y sean menos refinados o tratados en exceso (como la miel que se vende pasteurizada), que pierde parte de sus cualidades, para después ser publicitados con añadidos de Omega 3, antioxidantes o vitaminas.
Mientras, las abejas son capaces de convivir con la varroa pero avisan de la nueva muerte. Sin que se retiren del mercado los pesticidas sistémicos, agrotóxicos y neurotóxicos, el censo de apicultores retrocede por miles cada año en Europa. Al menos, tratan de compartir experiencias y conocimientos.