las abejas están desapareciendo. Sin dejar rastro. En ocasiones, en número de varios miles de individuos -una colmena entera- a lo largo de una sola noche. El fenómeno es de suma importancia, pues dependemos de ellas en mayor medida de lo que pensamos. Sin abejas, desaparecerían muchas especies vegetales. Y tampoco tendríamos numerosos frutos o plantas de los que habitualmente nos alimentamos. O sí los tendríamos, pero sin el gusto y color con los que los conocemos.
Mientras que para la mayor parte de las personas, las abejas resultan unos insectos molestos e incluso peligrosos por causa de su picadura, para el conjunto de la naturaleza alcanzan gran importancia, hasta el punto de que, sin ellas, numerosas especies, principalmente vegetales, no existirían.
labor polinizadora
Rábano, cebollas, perejil...
Se estima que las abejas existen en nuestro planeta desde hace unos 80 millones de años. Su estilo de vida ha conllevado el que necesiten del néctar y del polen de las flores para su subsistencia, con lo que en su diario ajetreo van transportando este último de unas plantas a otras. De esta manera, no sólo se logra la fecundación de las plantas (reciben los granos de polen de otras flores, aportados por las abejas en sus numerosos vuelos), sino que con ello se consigue una diversificación de las características de cada vegetal, algo que resultaría imposible sin la inestimable ayuda de estos insectos.
La labor polinizadora de las abejas resulta esencial para el desarrollo de árboles y plantas como manzanos, perales, albaricoqueros, almendros, pepino, tomate, rábano, fresa, col, girasol, colza, zanahoria, apio, perejil, cebolla, puerro, mostaza, lavanda, tomillo y romero, por citar ejemplos bien conocidos. Todas ellas dependen, para su desarrollo habitual, de la fecundación por medio del polen que les aportan las abejas en su diaria visita, por lo que, sin la labor de estos insectos, perderíamos la posibilidad de alimentarnos con sus productos. En concreto, el 80% de las plantas con flores que se cultivan en Europa depende, para su desarrollo, de la labor polinizadora de las abejas (cabe señalar que ni el trigo, ni el maíz ni el arroz precisan de la labor polinizadora de insecto alguno). En general, el 35% de la producción de alimentos se obtiene gracias a estos insectos.
Obviamente, podría cuestionarse la posibilidad de una polinización artificial, para el caso de que las abejas no pudieran llevar a cabo su labor diaria. Pero estudios realizados a tal efecto han demostrado una vez tras otra que, de un lado, la fecundación manual resulta una tarea sumamente lenta y costosa y, de otro, los resultados obtenidos no llegan ni de lejos al nivel de sabor, color y diversidad que se logra con la labor de las abejas.
Desaparición progresiva
Sin dejar rastro
Realmente, hace ya algunas décadas que se ha ido observando una progresiva desaparición de las abejas en los distintos continentes. No obstante, tal desaparición está resultando catastrófica durante los últimos años tanto en Europa como en Asia o en América. En Europa se han indicado disminuciones notables de la población de abejas durante los últimos años en Francia, Bélgica, Italia, Alemania, Suiza, Reino Unido, Grecia, Polonia, Holanda y España.
Pero el acontecimiento más llamativo -por su potencial de alcance en los medios de información- ha ocurrido recientemente en Estados Unidos, en lo que se ha dado en llamar el Síndrome del Colapso de Colmenas (Colony Collapse Disorder=CCD). Allí, y solamente durante la pasada primavera, se ha reportado la pérdida del 25% de las colmenas (unas 500.000) en alrededor de 30 de los 50 estados de la Unión, lo que mantiene desconcertados a los apicultores y a los investigadores.
Por añadidura, estos desastres vienen acompañados de otros comportamientos bien llamativos. Prácticamente no aparecen insectos muertos en el entorno de las colmenas; las obreras se dan a la fuga abandonando todas sus tareas e incluso a la reina; y la reina misma, a pesar de todo, puede quedar sola en la colmena dedicada a su tarea de puesta constante de huevos (que, por falta de obreras que los transporten y les alimenten, resultarán inservibles).
¿por qué se van?
Insecticidas, indefensión...
Numerosas son las causas que se han barajado, tendentes todas ellas a intentar explicar este repentino fatal desenlace de este imprescindible insecto. Fueron primero los insecticidas objeto de sospecha, y más concretamente los comercializados bajo los nombres de Gaucho y de Régent, fabricados ambos por entidades farmaco-químicas de Alemania. La composición y la actuación de estos insecticidas fue investigada durante extensos procesos en Francia, cuyo gobierno llegó a prohibirlos (debieron ser retirados del mercado) al estimar que provocan daños irreversibles en las poblaciones de abejas.
Hay que indicar al respecto que entra dentro de lo posible que los efectos de los insecticidas Gaucho y Régent hayan podido provocar un descenso en la población de abejas de Francia o de otros varios países de Europa. Pero hay que aclarar que parece difícil que sus componentes químicos hayan resultado capaces de provocar el síndrome del CCD en Estados Unidos (síndrome éste bastante posterior a la retirada de Gaucho y de Régent de los campos europeos, bien alejados, además, de los americanos).
Se ha considerado también la posibilidad de que las abejas sufrieran los efectos del polen y néctar procedentes de plantas modificadas genéticamente (transgénicas). Ciertamente, ensayos realizados con ciertos componentes de estas plantas demostraron que hasta un 40% de las abejas afectadas morían a causa de ello. No obstante, se duda de que la mortandad de estos insectos se deba exclusivamente a los efectos de las plantas transgénicas, pues existen amplias regiones -como es el caso de Europa- en donde los cultivos de tales plantas resultan poco extensos, y donde, desde luego, se han registrado caídas notables en la población de abejas. Aunque, de otro lado, sí que podría resultar esta posibilidad válida para el caso de EEUU, en donde los cultivos de plantas transgénicas resultan hoy en día abundantes, así como amplia es allí la mortalidad de las abejas.
Recientemente, se ha llevado a cabo el estudio del genoma de la abeja, que ha demostrado que este insecto no posee un sistema inmunológico especialmente dotado para defenderlo, lo que le dejaría expuesto a fáciles ataques por parte de bacterias, virus y hongos, entre otros.
enfermedades
Parásitos y virus
A consecuencia de lo indicado anteriormente, se ha estudiado con detalle el parasitismo de las abejas. Y, especialmente, las enfermedades que les provoca el parásito Varroa Destructor, un ácaro que se encuentra presente en las comunidades de abejas de todo el planeta, salvo en Australia, y que tiene un tamaño que ronda los 1 ó 2 milímetros. A la acción del varroa se atribuyen las pérdidas de colonias de abejas habidas durante los últimos 20 años aproximadamente, pero su actuación no explica de manera significativa la hecatombe habida en los meses recientes, especialmente en Estados Unidos.
Cabe destacar que, desde hace 5 años, se conoce la existencia de un virus, conocido como IAPV -iniciales, en inglés, de Virus Israelí de Parálisis Aguda-. Descubierto en Israel, este virus aparece, curiosamente, en todas las poblaciones de abejas en las que ha ocurrido un síndrome CCD. Originario de Australia -en donde aparentemente no provoca efectos desastrosos en las colmenas (recordemos que allí no se encuentra el ácaro parásito varroa)-, ha podido irse repartiendo por el planeta debido a que numerosos apicultores han adquirido y adquieren abejas reinas en aquella isla-continente. Se cree que su traslado ha podido conllevar mutaciones en el propio virus IAPV que, combinado con la acción del varroa, sería capaz de superar las defensas del insecto y ocasionar la muerte a buena parte de los miembros de una colmena (o a la totalidad de ella).
E interesa conocer que se acaba de descubrir en el Centro Apícola Regional de Marchamalo (Guadalajara) que un hongo, conocido como Nosema Cerana, puede, si no causar directamente la muerte de estos animales, sí atacarles y debilitarles hasta el punto de preparar el camino para que otros agentes -como el varroa o el IAPV- les fulminen con facilidad.
Se han estudiado además los factores ambientales (los cambios habidos en el clima), la malnutrición reciente de las abejas (falta de plantas adecuadas para su alimentación), el estrés provocado por largos viajes (los apicultores llevan sus colmenas a lugares en ocasiones muy distantes, con objeto de que polinicen árboles en diversas zonas), la contaminación de la cera que fabrican ellas mismas e, incluso, la pérdida de diversidad genética (al tener que mezclarse abejas de unas mismas colmenas, siempre las mismas, situadas a corta distancia las unas de las otras).
Orientación
Ondas electromagnéticas
Y se ha tenido en cuenta el efecto de las ondas electromagnéticas. En efecto, las abejas podrían haber perdido su orientación natural, basada en la posición del sol (y, de esta forma, haberse desorientado y olvidado el camino de retorno a su colmena), hecho que podría tener su origen en la interacción producida por el importante y reciente aumento de las radiaciones electromagnéticas de todo tipo, aunque con especial incidencia de las recibidas y emitidas por los teléfonos móviles y por las antenas que les sirven de enlace o cobertura. Y, aunque se conoce de varias personalidades muy importantes del mundo científico que aseveran que no les cabe duda alguna del efecto nocivo de tales ondas o radiaciones sobre, en concreto, las abejas, lo cierto es que en estos momentos no se dispone de suficientes elementos de juicio como para señalarlas como único o primordial fenómeno causante del síndrome del CCD.
Así las cosas, la solución al origen de tal catástrofe parece encontrarse en una "sinergia" o reunión de varias de las causas citadas.
Una parte de los investigadores cita como elementos o efectos nocivos causantes de la desaparición de las abejas una combinación de actuaciones de hongos, bacterias y virus, más la acción de la polución electromagnética y, en menor medida, de los pesticidas (especialmente de Gaucho y de Régent, así como de Calypso).
Otro sector señala como causas más importantes del CCD las enfermedades propias de las abejas, y la presencia en ellas de virus, parásitos y hongos, todo ello combinado con una notable degradación ambiental (los cambios climáticos, las modificaciones en las flores, y una sobredosis de productos químicos en el ambiente).
Es importante recordar que las abejas constituyen un fiel indicador de la salud del entorno en donde vivimos. Y que, por tanto, su desorientación, sus problemas para vivir o, en definitiva, su desaparición, deben interpretarse sin demora como señales sumamente importantes con relación a la especie humana.