lunes, 16 de abril de 2012
Las benditas ánimas, propietarias en Anta
ARACELI SAAVEDRA La citación a las Benditas Ánimas en un expediente administrativo municipal puede sonar a error o broma. Pero no es así. El Ayuntamiento de Rosinos de la Requejada emplaza a las Benditas Ánimas de Anta de Rioconejos a consultas.
La alcaldía inició un expediente para autorizar una explotación apícola trashumante en dos parcelas de Anta de Rioconejos. Se abre el periodo de información pública y se practica la notificación a los linderos. Es aquí donde surge la anécdota. Diez propietarios figuran en la relación catastral del año 50, entre ellos las Benditas Ánimas. Y aparece el dilema. Oficialmente y por el catastro, es uno de los propietarios. La última revisión de los titulares de las fincas de rústica en este ayuntamiento es de 2005, fecha en que los propietarios actualizaron el registro. Los dueños de las fincas del anejo de Anta de Rioconejos se quedaron sin hacer esa actualización, de ahí que aunque la finca haya cambiado de propietario, la relación que se consulta es la del catastro anterior a la modificación. La Ley de Régimen Jurídico y del Procedimiento Administrativo establece que deben figurar los titulares, y así se ha hecho. Incluso aquellos que aparecen con datos incompletos, como también se constata en la relación de propietarios.
Lo más posible es que este finca que pertenecían, bien a la Cofradía o bien a la Iglesia, y se hubiera vendido pero no se procediera en su momento a la actualización de los datos.
Lo más certero es que la finca perteneciera a la Cofradía de las Benditas Ánimas de Anta de Rioconejos, porque la cofradía existió y existe porque no consta su disolución. Lo que no quedan son cofrades y en todo caso son los herederos. Para entrar en la cofradía «se pagaba una cantidad de cera para formar parte de ella», explica una vecina de la localidad. Esta agrupación no tiene en estos momentos actividad alguna, como buena parte de las cofradías que existieron en la comarca pero sí conserva una relación de propiedades. Una de las vecinas de Anta, María Godoleva Martino, recuerda de niña que la Cofradía disponía de tierras, no muchas pero sí tenía algunas. El día de Jueves Santo «acudíamos, con nuestros padres, a rezar a una casa y nos daban un panico. Volvíamos muy contentas para casa con ese pan». Los cofrades pagaban «un tanto al año», unos pocos reales o pesetas. La Cofradía conservaba las andas para trasladar a los difuntos y mantenía la obligación de enterrarlos. Precisamente esa generación, la de los abuelos, es la que mantuvo la cofradía, hasta que el tiempo la disolvió en tiempos ya de los nietos.