El hombre y el oso pardo
conviven en la Montaña Palentina desde que los primeros moradores
asentaron sus poblados en la comarca. Sin embargo, esta coexistencia
sigue causando algunos problemas a los vecinos de la zona que se dedican
a la obtención de miel, uno de los manjares más apetitosos para estos
plantígrados, en colmenas repartidas por diferentes parajes.
Esto es, precisamente, lo que ocurrió en las noches del domingo y el
martes, cuando uno de los úrsidos que habitan en la mitad Norte de la
provincia hizo su aparición en Camporredondo de Alba.
Allí, destrozó tres de las siete colmenas de Esteban Martínez, un
aficionado por la apicultura que calcula pérdidas de 900 euros.
Llegar hasta las colmenas no fue tarea fácil. Las cajas se disponen en
un recinto rodeado de alambre de espino y un muro de piedra. Para
acceder al lugar, el oso tuvo que esquivar un pequeño riachuelo y
hacerse hueco entre la valla. Es precisamente en ese punto donde dejó
parte de su característico pelaje al acceder a la caseta donde Esteban
guarda, cría y cuida con mimo a sus abejas a tan solo un kilómetro del
pueblo.
Unos insectos que se encuentran estos días en el período de mayor
actividad. «Este año estaban produciendo tanto que tuve que añadir más
altura a las colmenas. Lo peor de todo es que lo que resta de julio y el
mes de agosto es cuando se forma mayor cantidad de miel, hasta 20 ó 30
kilos, y lo hemos perdido todo», lamenta.
Sin embargo, el de esta semana no es un hecho aislado. Ya hace diez
años Martínez sufrió un ataque de similares características. En aquel
entonces, cinco fueron las colmenas de las que se adueñó el oso. Y no
solo él, los otros cinco apicultores aficionados de la localidad han
sufrido, en mayor o menor medida hechos similares.
Por este motivo, el último afectado exige «ayudas de las
Administraciones Públicas para hacer frente a los gastos ocasionados por
los osos instalando, entre otras medidas, pastores eléctricos. Queremos
que este animal viva nuestra Montaña, pero también lo queremos hacer
los humanos».
Asimismo, denuncia que «a la gente de los pueblos nos tienen
abandonados. No nos hacen caso y así se hace cada vez difícil seguir
luchando por nuestra tierra».
Afición heredada. Este vecino de Camporredondo heredó
la afición por el mundo de las abejas de su padre. «Empezamos con
hornillos, troncos huecos de roble donde se asentaban las abejas, para
dar paso a las colmenas actuales, más modernas, en las que podemos ver
el proceso de creación de la miel», confiesa.