El cabranés Félix Méjica, uno de los pocos apicultores que quedan en la comarca, defiende la producción artesana de miel de la zona
«Mira este bote. ¿Qué clase de miel es ésta si en la etiqueta ni siquiera te pone dónde está hecha?». Félix Méjica se expresa así mientras muestra un tarro de una marca de supermercado. Su lugar de fabricación es «diversos países». Él es uno de los pocos apicultores artesanos censados de la Comarca de la Sidra, y ve con preocupación cómo las marcas comerciales de fabricación industrial de miel van comiendo el poco terreno que les queda a los que hoy en día siguen fabricando en Asturias «un producto de muy alta calidad», comenta. Lleva doce años trabajando con sus abejas en su finca de la localidad cabranesa de Niao. En 1993 colocó sus primeros panales, y en 1994 dio de alta su planta de envasado. Hoy en día gestiona medio centenar de colmenas de las que extrae un producto que comercializa bajo la marca El Corralón. A base de trabajo ha contribuido a reforzar la fama de la industria agroalimentaria de Cabranes, uniéndose a la larga lista de productores de este sector, entre los que figuran otros negocios conocidos, como la fábrica de embutidos o la de arroz con leche.
Su empresa funciona bien, dentro de las limitaciones del sector artesanal. Produce anualmente entre 700 y 1.000 kilos de miel que vende directamente a los consumidores, la mayor parte de ellos asturianos, aunque también los hay de otros puntos tan lejanos como Murcia. Recolecta el fruto de sus colmenas dos veces al año, obteniendo dos sabores básicos diferenciados, uno del néctar de los eucaliptos y los árboles frutales, que las abejas extraen en primavera, y otro del castaño, relacionado con el otoño.
Además, ofrece otros productos, como son la hidromiel, un licor obtenido a partir de la fermentación de la miel, y la miel en trozos de panal, para que el comprador la extraiga directamente. «Es la mejor garantía de producto 100% natural, y de que no ha sido manipulado por nadie», señala Méjica.
Son los datos más agradables de una iniciativa empresarial cabranesa para la que el camino no está libre de obstáculos. Toda persona que visite la explotación de Méjica, que él muestra con orgullo a cualquiera que se preste (de vez en cuando acude a conocer su negocio incluso algún colegio), oirá al apicultor referirse muchas veces a las trabas y exigencias de la administración hacia su cultivo.
«En Asturias toda la vida hubo colmenas y enjambres en los hórreos, en las huertas y entre las casas», señala, «y ahora resulta que las abejas son consideradas un animal peligroso, y te exigen tenerlas alejadas a un mínimo de 200 metros de cualquier zona habitada».
Mientras recorre por esta cuestión el trecho que separa su planta de envasado de sus panales, se refiere a las exigentes controles de sanidad y calidad que debe pasar. «Es correcto que nos obliguen a hacer análisis, pero con los grandes empresas, que producen y venden a precios, irrisorios no tienen tantos miramientos», matiza. «Así la gente compra mieles de China o de otros sitios que ni se conocen».
Polinización esencial
Félix Méjica recuerda la necesidad de que existan más pequeñas explotaciones de apicultura en Asturias. «Sin nosotros, las abejas dejan de polinizar los campos y muchas especies vegetales autóctonas se pierden por ello», comenta. De momento, este problema no existe en tres kilómetros a la redonda de su granja de Niao, que es el radio máximo que estos insectos pueden recorrer. Pero él es de los pocos que mantiene viva en la comarca una tradición que según recuerda, «es ancestral».
Su discurso termina, como suelen terminar todos los discursos de los artesanos aficionados o profesionales de tantos oficios y costumbres a los que la maquinaria del desarrollo va condenando al olvido. «Hace falta un poco más de ayuda de la Administración». Pero también es consciente de que en el sistema neoliberal, las pequeñas explotaciones tradicionales cada vez tienen menos sitio, con o sin ayudas. Él, no obstante, seguirá hasta que se jubile.
Su empresa funciona bien, dentro de las limitaciones del sector artesanal. Produce anualmente entre 700 y 1.000 kilos de miel que vende directamente a los consumidores, la mayor parte de ellos asturianos, aunque también los hay de otros puntos tan lejanos como Murcia. Recolecta el fruto de sus colmenas dos veces al año, obteniendo dos sabores básicos diferenciados, uno del néctar de los eucaliptos y los árboles frutales, que las abejas extraen en primavera, y otro del castaño, relacionado con el otoño.
Además, ofrece otros productos, como son la hidromiel, un licor obtenido a partir de la fermentación de la miel, y la miel en trozos de panal, para que el comprador la extraiga directamente. «Es la mejor garantía de producto 100% natural, y de que no ha sido manipulado por nadie», señala Méjica.
Son los datos más agradables de una iniciativa empresarial cabranesa para la que el camino no está libre de obstáculos. Toda persona que visite la explotación de Méjica, que él muestra con orgullo a cualquiera que se preste (de vez en cuando acude a conocer su negocio incluso algún colegio), oirá al apicultor referirse muchas veces a las trabas y exigencias de la administración hacia su cultivo.
«En Asturias toda la vida hubo colmenas y enjambres en los hórreos, en las huertas y entre las casas», señala, «y ahora resulta que las abejas son consideradas un animal peligroso, y te exigen tenerlas alejadas a un mínimo de 200 metros de cualquier zona habitada».
Mientras recorre por esta cuestión el trecho que separa su planta de envasado de sus panales, se refiere a las exigentes controles de sanidad y calidad que debe pasar. «Es correcto que nos obliguen a hacer análisis, pero con los grandes empresas, que producen y venden a precios, irrisorios no tienen tantos miramientos», matiza. «Así la gente compra mieles de China o de otros sitios que ni se conocen».
Polinización esencial
Félix Méjica recuerda la necesidad de que existan más pequeñas explotaciones de apicultura en Asturias. «Sin nosotros, las abejas dejan de polinizar los campos y muchas especies vegetales autóctonas se pierden por ello», comenta. De momento, este problema no existe en tres kilómetros a la redonda de su granja de Niao, que es el radio máximo que estos insectos pueden recorrer. Pero él es de los pocos que mantiene viva en la comarca una tradición que según recuerda, «es ancestral».
Su discurso termina, como suelen terminar todos los discursos de los artesanos aficionados o profesionales de tantos oficios y costumbres a los que la maquinaria del desarrollo va condenando al olvido. «Hace falta un poco más de ayuda de la Administración». Pero también es consciente de que en el sistema neoliberal, las pequeñas explotaciones tradicionales cada vez tienen menos sitio, con o sin ayudas. Él, no obstante, seguirá hasta que se jubile.