sábado, 5 de mayo de 2007

España resuelve el enigma de la muerte masiva de abejas

POR ARACELI ACOSTA. MADRID.
Desde Estados Unidos hasta Austria, desde Argentina a Polonia, pasando por España, las abejas melíferas están desapareciendo, no por miles, sino por millones. Muchas son las causas que se han puesto sobre la mesa, incluso esta misma semana en una reunión de científicos y miembros del Departamento de Agricultura de Estados Unidos. Las hipótesis más probables que manejaron en esa cita para esta desaparición se refieren a un virus, un hongo o un pesticida. Pero desde hace tiempo esta cuestión ha sacado a relucir algunas hipótesis sin base científica alguna, como las semillas modificadas genéticamente, las antenas de telefonía móvil o las líneas de alta tensión.
Sin embargo, la respuesta al llamado «síndrome de despoblamiento de las abejas» la han encontrado en España, concretamente en el Centro Regional Apícola de Marchamalo, en Guadalajara, que depende de la Consejería de Agricultura de Castilla-La Mancha, y que se ha convertido extraoficialmente en laboratorio de referencia mundial para conocer qué está pasando con las abejas. Hasta aquí han llegado muestras de todas partes de España, pero también de Francia, Alemania, Eslovenia, Polonia, Austria, Argentina y, en estos momentos, están esperando muestras enviadas por asociaciones de apicultores de Estados Unidos.
Laboratorio de referencia
Así lo explicó a ABC Mariano Higes, asesor de investigación del Centro Regional Apícola de Marchamalo, para quien, sin haber analizado aún las muestras americanas, pero por contactos con investigadores de universidades de Estados Unidos, la causa será la misma que en España y que en el resto de países estudiados: el microsporidio «Nosema ceranae», un parásito de origen asiático que no sólo está incidiendo en la despoblación, sino también en el descenso de la producción de las colmenas.
Para llegar hasta este parásito han sido necesarios siete años de investigación, pues los síntomas que produce en las abejas melíferas son parecidos a los causados por otro parásito, como el «Nosema apis». Sin embargo, este parásito suele producir ondas epidémicas cada ocho o diez años, explica Higes, lo que no cuadraba con la prevalencia creciente año tras año del fenómeno de despoblamiento. Además, el hecho de que se observara el fenómeno en zonas muy concretas y alejadas entre sí, incluso en colmenares aislados, descartaba otros factores externos.
Análisis de pesticidas
Asimismo, se hicieron pruebas sobre algunos pesticidas, como el que se usa para tratar las semillas de girasol en Francia, y las muestras de miel, abejas, polen y girasoles no presentaban efectos que pudieran ser tóxicos para las abejas. Es más, en Francia se prohibieron algunos pesticidas sospechosos y las abejas seguían desapareciendo. A la vista de estos resultados y de que el fenómeno se daba tanto en años secos como húmedos, fríos o calurosos, «algo que no es normal desde el punto de vista parasitológico», dice Higes, se empezó un estudio epidemiológico a nivel nacional, financiado por el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), y «desarrollamos una técnica de biología molecular que permite amplificar y secuenciar el gen».
Así se descubrió el nuevo patógeno («Nosema ceranae»). Este microesporidio afecta a los ejemplares más adultos, es decir, a los que están trabajando en el campo. La espora del «Nosema ceranae» entra por la boca de la abeja y se dirige al ventrículo (estómago) donde despliega un filamento y lo clava en la célula epitelial del ventrículo, transfiriéndole el esporoplasma, esto es, todo su material genético.
Ataca al aparato digestivo
Ahí empieza un ciclo biológico que alcanza a todas las células del estómago, que deja de ser funcional, por lo que la abeja ya no puede comer, se debilita y muere. Aunque aún estén vivas, pese a su debilidad, la mayoría no vuelven a sus panales por un mecanismo de defensa, explica Higes. Por eso normalmente la abeja reina y las jóvenes no suelen verse afectadas. Los cuerpos de las adultas no se encuentran, pues suelen morir alejadas de la colmena y son pasto de otros insectos y reptiles, y la colmena queda casi vacía, con la reina y unas pocas abejas jóvenes.
Bajo los efectos de este parásito podrían estar más del 50% de las colmenas de nuestro país. «Es un problema sanitario muy grave», dice el asesor de investigación del Centro Apícola de Guadalajara. Estamos hablando de más de un millón de colmenas afectadas, sobre un censo oficial de unos dos millones y medio de colmenas, o de un millón y medio en el caso de la cifra no oficial de tres millones de colmenas existentes. Sea una cifra u otra, lo cierto es que en los últimos años ha desaparecido entre un 30 y un 35% de las colmenas existentes.
La mayor prevalencia de este parásito se da en Madrid hacia el sur, sin embargo hemos detectado «una altísima prevalencia en la Cornisa Cantábrica, similar a la que podamos encontrar en Extremadura y Andalucía, por lo que lo estamos analizando», explica Higes, pues esto demuestra que es prevalente en cualquier clima. Si estas colmenas parasitadas no se tratan, el despoblamiento puede producirse en un plazo de seis meses a un año y medio. El tratamiento con el antibiótico fumagilina está dando buenos resultados, explica Higes.
La producción de miel también cae. Según Félix Campos, de la Asociación Nacional de Apicultores, en los últimos tres años la producción ha caído a razón de un 20 por ciento anual. Para este año, aunque estamos en el inicio de la cosecha, las previsiones no son muy halagüeñas para la miel de azahar y de limón, por ejemplo, pues las temperaturas anormalmente frías de las últimas semanas han mermado la cosecha. No obstante, dice Campos, la sequía también ha tenido mucho que ver en estas cifras de producción de miel.
Factores climáticos adversos
Y es que la apicultura es una actividad ganadera ligada a la trashumancia y muy determinada por las condiciones climatológicas, ya que las abejas necesitan de los recursos naturales a través del polen, para satisfacer sus necesidades nutricionales. Por tanto su alimentación depende de las floraciones, muy castigadas por una climatología adversa, como son las temperaturas elevadas y la sequía persistente que ha azotado a nuestro país en los últimos años, todo lo cual ha sido determinante para la disminución de la producción de miel, a la vez que contribuye a un debilitamiento de las colmenas que se hacen más vulnerables a condiciones extremas, como pueden ser problemas sanitarios como el del parásito «Nosema ceranae».
En el Programa nacional de medidas de ayuda a la apicultura 2008-2010, el Ministerio de Agricultura apunta además a los incendios, que han arrasado numerosas regiones de nuestro país y que en este caso han tenido repercusiones importantes en Castilla y León, Andalucía, Extremadura y Valencia, comunidades con un censo apícola importante, ya que lleva a la desaparición de asentamientos para los colmenares, la búsqueda de nuevos asentamientos y la alimentación extra que debe aportarse.
Pero más allá de la importancia económica de la producción apícola, el papel que desempeñan las abejas en el medio ambiente es fundamental, sobre todo por su función polinizadora, con la consiguiente contribución al equilibrio ecológico, ya que su presencia es muy importante para la preservación de una gran diversidad de plantas además de elevar la productividad de gran parte de los cultivos, aprovechando recursos que no podrían ser utilizados directamente por ninguna otra actividad agraria ni por el hombre.