Hornos de abejas: en busca de una miel digna de gourmets
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Madrid,
8 may (EFE).- La presencia romana en España dejó sembrado el sur de
Aragón y el norte de Castilla-La Mancha de unas construcciones de adobe y
tejas destinadas a servir de morada a las abejas y obtener de ellas el
mejor producto, digno de gourmets.
Su
manejo fue heredado durante siglos pero hoy la mayoría de estos hornos
de abejas, como se conocen popularmente, están en desuso, incluso en
ruinas, porque su aprovechamiento, "plagado de inconvenientes y sin
apenas ventajas", puede no resultar rentable y por su ubicación en
lugares muy castigados por el abandono rural.
Por
eso, algunos románticos, como Miguel Ángel Casado, presidente de la
Asociación de Apicultores de las Alcarria (Asapia), se han empeñado en
su recuperación, como manera de fijar población y de obtener un producto
sostenible y de calidad, garantía de convivencia entre conservación y
desarrollo en esta zona de la Red Natura 2000.
Se
trata de que estos hornos "vuelvan a ser habitables, que las abejas
hagan en su interior su propia miel y su propia cera, sin necesidad de
que nosotros le aportemos cera adicional ni usemos productos químicos",
ha detallado Casado a Efe.
Gracias
a una temperatura estable y a que todos los procesos son ecológicos,
"conseguiremos una miel muy exquisita que se pueda vender en sitios
gourmet y aporte un valor añadido a un producto que requiere mucho más
trabajo y mimo que una colmena normal".
Otra
gran desventaja, según Casado, es que estos colmenares no se pueden
desplazar, por lo que sólo se pueden ceñir a las floraciones que hay en
la zona, aunque esta misma circunstancia "será la que finalmente le dé
un toque diferencial al producto".
De
cada horno se podrán obtener unos 15 kilos de miel por floración, es
decir, alrededor de 30 kilos cada año. "Con una comercialización
especializada y un buen marketing -ha explicado- se puede ganar un
dinero considerable, pues un kilo de miel podría costar unos 40 euros".
Y
cada kilo de cera puede venderse en el mercado extranjero por 150
euros, ha añadido Miguel Ángel, quien ha asegurado que la cera está tan
cotizada porque "para poder elaborar un kilo las abejas necesitan gastar
entre seis y siete kilos de miel".
Reconoce
que el rendimiento económico de estas construcciones no es muy elevado,
pero defiende que su restauración y el mantenimiento de esta actividad
no sólo contribuye a la difusión de la cultura y del patrimonio, también
sirve de efecto llamada en aras de la recuperación de los negocios
tradicionales vinculados a la tierra.
En
este sentido, Miguel Ángel Casado lidera una iniciativa cuya
experiencia piloto se ubica en un horno de abejas de Milmarcos
(Guadalajara), cedido por su propietario, Javier Escolano, para después
extender por el resto de construcciones de la comarca.
Además
de Milmarcos, otras localidades de Guadalajara como Anquela del
Pedregal, Morenilla, Tordellego, Campillo de Ranas, Castellar de la
muela, Megina o Selas conservan aún hornos de abejas en pie,
susceptibles de ser recuperados.
Ubicados
en zonas de monte bajo, donde abundan las plantas aromáticas, los
hornos albergan en su interior una serie de cajones de madera que
invitan a las abejas a construir sus panales, a los que acceden a través
de la piquera, un pequeño hueco en la fachada, y una puerta da acceso
al apicultor para recoger la miel y la cera.
Según
numerosos estudios, ya en el Neolítico el hombre aprendió a controlar
enjambres para su recolección y los antiguos egipcios fueron los
primeros trashumantes al trasladar sus colmenas en embarcaciones a lo
largo del Nilo.
Pero
el verdadero desarrollo de la apicultura llegó con los romanos, que
aprendieron a explotar los recursos de las abejas y dejaron de ser meros
recolectores para montar un negocio cuyo mantenimiento obligó a buscar
el bienestar de los animales y los mejores emplazamientos.